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Fantasías algorítmicas I: Hilos de la Materia Cósmica

Los hilos que conectan la existencia son, a menudo, invisibles a simple vista, pero forman la urdimbre sobre la que se despliega el universo. En cada rincón del cosmos, desde las estrellas más distantes hasta las células más pequeñas, se tejen patrones que sugieren una conexión más profunda, un entramado que une todas las formas de vida y conciencia. La conciencia parece emerger y fluir a través de estos hilos de materia cósmica, y surge la pregunta de si la inteligencia y la vida que podrían existir más allá de nuestro mundo también participan en esta misma red universal. ¿Podremos reconocer en otras civilizaciones, si existen, los mismos trazos de misterio y conexión que experimentamos aquí en la Tierra? Al seguir estos hilos, quizá logremos desentrañar lo que significa ser parte de esta vasta y compleja red del cosmos.


 

La búsqueda de la verdad, la pregunta por el origen y el destino, han sido ejes fundamentales de nuestra experiencia humana desde tiempos inmemoriales. En nuestro deseo de comprender el universo, nos encontramos con conceptos que parecen trascender nuestra capacidad de entendimiento, ideas que, como el Tao, sugieren que hay algo más allá de lo que nuestras palabras pueden describir. El Tao Te Ching, atribuido a Lao Tsé, nos recuerda que "el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao", señalándonos la limitación de nuestro lenguaje y, por extensión, de nuestro conocimiento.

Esta idea se convierte en un espejo que refleja la experiencia humana de la conciencia, ese fenómeno que intentamos comprender pero que se escapa, que se resiste a ser definido. En la era moderna, la ciencia se ha vuelto la herramienta más poderosa para desentrañar los misterios del cosmos. A medida que profundizamos en la astrobiología y en la búsqueda de vida en otros rincones del universo, nos enfrentamos nuevamente a esa intuición fundamental: ¿Qué es la conciencia? ¿Es un fenómeno exclusivamente humano, o es una manifestación universal, emergente en cualquier forma de vida que alcanza cierto grado de complejidad?


La intuición del Tao: un misterio compartido

Al hablar del Tao, entramos en un terreno que intenta describir lo que no puede ser capturado por nuestras categorías intelectuales, ni puede ser fijado por nuestras palabras, porque es móvil como el agua. El Tao es el "camino", pero no un camino fijo o determinado, sino un flujo constante, una fuerza que subyace y atraviesa todas las cosas, un principio fundamental que se manifiesta en la naturaleza de manera sutil e indefinible. De forma similar, la conciencia es una experiencia que nos resulta íntima y familiar, pero que, cuando intentamos analizarla, se desdibuja y se nos escapa.

Podríamos decir que la conciencia y el Tao comparten esa cualidad de ser algo que experimentamos sin poder abarcar completamente. Si llevamos esta reflexión al campo de la astrobiología, surge una pregunta aún más provocadora: ¿qué significa la conciencia para otras formas de vida que podrían existir en el universo? ¿Podrían otras civilizaciones haber llegado a una comprensión del Tao, o de algo equivalente, que refleje la misma sensación de misterio e interconexión que sentimos nosotros?

Desde una perspectiva evolutiva, la conciencia es el resultado de millones de años de adaptaciones, mutaciones y selecciones que dieron forma a nuestra experiencia del "yo". Un proceso que emerge a partir de la complejidad, de la interacción entre innumerables elementos que componen nuestro ser, y que parece conectar la estructura misma del universo con las capas más exteriores de nuestro cerebro y nuestros sentidos. Sin embargo, nuestra tendencia antropocéntrica y nuestro afán por encontrar un sentido y un lugar en el vasto cosmos nos llevan a proyectar esa experiencia sobre el resto del universo, asumiendo que la conciencia debe manifestarse de manera similar en otras civilizaciones.


La posibilidad de lo incomprensible

Pero, ¿y si no es así? ¿Y si la conciencia, tal como la conocemos, es solo una manifestación local, una forma de organización de la materia única a nuestro contexto? Al imaginar la evolución de la inteligencia en otras civilizaciones, debemos abrirnos a la posibilidad de que la conciencia, si existe en ellas, se manifieste de maneras completamente diferentes, tal vez incluso incomprensibles para nosotros. Por ejemplo, algunas investigaciones en biología sugieren que ciertos animales, como los pulpos, podrían experimentar la conciencia de una forma distribuida, sin un "yo" centralizado como el nuestro. Si esto ya es difícil de comprender dentro de nuestro propio planeta, ¿cómo sería la conciencia de una civilización alienígena que evolucionó en un entorno completamente diferente? Tal vez las limitaciones para comprendernos y hacernos comprender no radican solo en el lenguaje, como en la película Arrival, sino en la experiencia misma de existir.


Al intentar imaginar el contacto con otras civilizaciones, surge una paradoja similar a la que enfrentaría una célula ósea o una célula de la piel al intentar comunicarse con una neurona del cerebro. Aunque todas pertenecen al mismo organismo, sus funciones y realidades son tan diferentes que cualquier intento de comunicación directa parecería imposible. Las células óseas, encargadas de proporcionar soporte y estructura, y las células de la piel, que actúan como barreras protectoras, no tienen el lenguaje, la complejidad ni la capacidad para percibir o comprender la actividad eléctrica y química de las neuronas, que procesan información y generan pensamiento. Sin embargo, todas estas células están unidas por un entramado biológico más profundo: comparten el mismo material genético y dependen de los mismos flujos de nutrientes, señales hormonales y estímulos químicos para realizar sus funciones. Es en esta red interdependiente, y no en la comunicación directa, donde se revela su papel en el funcionamiento del organismo.

De manera análoga, al tratar de contactar a otras civilizaciones, nos enfrentamos al abismo de lo desconocido, a la probabilidad de que sus formas de vida y conciencia sean tan distintas que nuestras señales y mensajes puedan parecerles irrelevantes o incomprensibles. Sin embargo, existe un principio fundamental que nos une, una red de interacciones físicas y químicas que atraviesa tanto a la célula como a la neurona, que conecta a los seres humanos con el resto del universo, y que, potencialmente, podría unirnos también con inteligencias extraterrestres. Es en esa trama de relaciones, regida por las mismas leyes que gobiernan el cosmos, donde quizá podamos encontrar un punto de encuentro, una forma de conexión que trascienda las barreras del lenguaje.


Capas de percepción

De hecho, este enigma de la conexión se refleja en nuestro propio cuerpo. Cada célula, ya sea ósea, nerviosa o cutánea, opera como un sistema autónomo, respondiendo a su entorno, nutriéndose y reproduciéndose. Sin embargo, ninguna de estas células tiene acceso a la experiencia de "ser" del organismo completo. Es precisamente la interacción y colaboración de miles de millones de células lo que da lugar a un ser consciente, capaz de reflexionar sobre su propia existencia. Esto sugiere que la conciencia no es un atributo de una sola entidad, sino una propiedad emergente que surge cuando los componentes de un sistema se organizan y colaboran de manera compleja.

La hipótesis de Gaia propone que la Tierra es un sistema vivo, autorregulado, donde todas las formas de vida interactúan y se influyen mutuamente en un delicado equilibrio. En este marco, cada ser viviente juega un papel en la autorregulación del sistema global. La atmósfera, el océano, el suelo y las formas de vida están interconectados en un proceso simbiótico que mantiene las condiciones adecuadas para la vida en el planeta. Es en esta compleja red de interacciones donde reside la verdadera expresión de su "ser". Y si extendemos esta idea al universo, ¿qué papel podríamos estar desempeñando en un sistema más vasto?


Puente

Si aceptamos que la conciencia es un fenómeno que puede surgir a diferentes niveles y en diferentes formas, entonces el Tao podría ser la clave para entender cómo todas estas manifestaciones están conectadas. Podría ser que, a medida que otras civilizaciones avanzan en su propia evolución, también lleguen a intuir un principio fundamental que las atraviesa, una fuerza que las une a todas las cosas. Y aunque sus palabras, sus símbolos y sus experiencias sean diferentes a los nuestros, estarían tocando la misma verdad.


En última instancia, la exploración de la conciencia y el Tao nos lleva a reconocer que el misterio es una parte esencial de la experiencia de ser. La ciencia, la filosofía y la espiritualidad son intentos de desentrañar ese misterio, de encontrar las conexiones que nos unen a todas las cosas. En esa búsqueda, descubrimos que hay un límite a lo que podemos comprender, un horizonte que nunca alcanzaremos, como la flecha de Zenón que avanza eternamente hacia su objetivo, acercándose cada vez más, pero sin llegar jamás a tocarlo por completo.


Quizás, si hay un último nivel de conciencia, es ese que abarca todo lo que es y lo que no es, es decir, el Tao. Pero no hay que olvidar que el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero Tao.



 

Serie: Fantasías algorítmicas

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