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Fantasías algorítmicas II: Aunque Edison se vista de Tesla...

En un mundo donde los nombres brillan más que los principios, Tesla, Inc. parece haber heredado no la visión de su homónimo, sino las tácticas monopolísticas de Edison. Con un enfoque comercial que prioriza la explotación de recursos y datos personales sobre cualquier utopía tecnológica, la empresa se disfraza de innovación mientras replica el legado de su verdadero antepasado: el capitalismo más agresivo. Porque, aunque Edison se vista de Tesla...


 

En los albores del siglo XXI, Tesla, Inc., la empresa homónima de uno de los más grandes genios de la historia de la ciencia, Nikola Tesla, se erige como un símbolo de innovación tecnológica y ambición industrial. Sin embargo, esta empresa, que bien podría haber sido un tributo a las visiones idealistas de Tesla sobre el futuro de la energía y la tecnología, ha terminado alineándose más con las prácticas y valores de un personaje históricamente opuesto: Thomas Edison. Tal como se han desvelado los recientes movimientos de Elon Musk y sus empresas, es hora de considerar un rebranding: ¿No debería Tesla, Inc. llamarse Edison, Inc.?

Nikola Tesla soñaba con un futuro en el que la energía fuera accesible a todos de forma libre y equitativa, donde la tecnología se integrara a la naturaleza y potenciara a la humanidad en su conjunto. Imaginaba un mundo interconectado por la transmisión inalámbrica de energía, en el que sus invenciones harían posible que la civilización alcanzara niveles inéditos de cooperación y bienestar. Tesla, el visionario, creía en un progreso basado en principios altruistas, donde la ciencia no fuera un mero instrumento de lucro, sino una herramienta para liberar a la humanidad de las cadenas de la pobreza y la ignorancia.


Edison, Inc.


Hoy en día, sin embargo, la empresa que lleva el nombre de Tesla parece seguir una ruta diametralmente opuesta. Mientras la automotriz y su CEO se enorgullecen de liderar la "transición a energías limpias", su enfoque mercantilista y su obsesión por los beneficios inmediatos recuerdan más las prácticas despiadadas de Thomas Edison, un personaje conocido no tanto por su genialidad técnica, sino por su habilidad para apropiarse del trabajo de otros, capitalizarlo, y ganar una posición dominante en el mercado.

Edison fue un maestro del control monopólico y de la guerra empresarial, más interesado en obtener patentes y hacer dinero que en hacer realidad una utopía tecnológica. Desde esa perspectiva, Tesla, Inc. parece estar mucho más alineada con este espíritu de apropiación y explotación. ¿Qué mejor prueba de ello que el lanzamiento del robot Óptimus, un "asistente" doméstico que, bajo la apariencia de progreso, podría convertirse en el espía doméstico por excelencia? Este robot será el intermediario perfecto para recoger datos de nuestras vidas privadas, solo para vendernos productos que nunca necesitamos o para perfeccionar la publicidad dirigida de las corporaciones más poderosas del mundo.


El contraprogreso tecnológico


Bajo la dirección de Elon Musk, Tesla se ha presentado como una empresa innovadora, pionera en la transición energética y la conquista del espacio. Sin embargo, sus acciones reflejan un patrón preocupante que combina la explotación de recursos naturales y la imposición de un modelo extractivista en nuevas fronteras, tanto terrestres como espaciales. El proyecto Starlink, que busca desplegar miles de satélites en la órbita baja terrestre para ofrecer internet global, ha convertido el cielo en un mercado saturado de satélites, generando problemas no solo para la investigación astronómica, sino también para nuestra conexión más profunda con el cosmos. Las constelaciones de satélites alteran la visión natural del cielo, interrumpiendo tanto las observaciones científicas como la simple contemplación humana del universo, erosionando una parte esencial de nuestra herencia compartida: la posibilidad de observar un cielo sin interferencias. Este no es un avance hacia la integración entre la tecnología y el entorno, sino un flagrante ataque al bien común, donde el cielo se transforma en otra mercancía más, al servicio de intereses comerciales.


Es irónico, y tal vez trágico, que una empresa que lleva el nombre de Nikola Tesla —un hombre que soñaba con ofrecer energía ilimitada y gratuita para todos— esté contribuyendo al deterioro de los recursos naturales y del espacio exterior. Tesla, Inc., con su imagen de progreso, promueve una visión de explotación sin límites, donde no solo la Tierra, sino también el espacio, se ve mercantilizado y colonizado para el beneficio de unos pocos. Las tensiones en Sudamérica por el litio, esencial para las baterías de los autos eléctricos, revelan otra cara de este extractivismo disfrazado de innovación. Países como Bolivia, Chile y Argentina, con vastas reservas de este mineral, han sido objeto de presiones económicas y políticas para asegurar contratos que priorizan los intereses de empresas como Tesla. Este modelo de extracción de materias primas se asemeja demasiado a las prácticas del imperialismo corporativo del pasado, donde las potencias extranjeras controlaban los recursos de las naciones en desarrollo, perpetuando su dependencia y vulnerabilidad. Entonces, cabe preguntarse: ¿Qué diferencia hay entre la búsqueda de Musk por el control de los minerales esenciales y la búsqueda de Edison por el monopolio de la energía eléctrica? En ambos casos, la promesa de progreso enmascara el control de recursos críticos y la concentración de poder en pocas manos.


Al examinar la avaricia empresarial y las prácticas antidemocráticas que parecen permear las empresas de Musk, no podemos ignorar los informes de competencia desleal, el desprecio por las regulaciones democráticas en países como Brasil, donde sus proyectos mineros han ignorado normativas locales, o los ataques a los derechos laborales en sus fábricas. Estas acciones reflejan un patrón más amplio de expansión descontrolada y poder corporativo desmedido, que vulnera principios fundamentales de justicia social y soberanía nacional. En lugar de construir un modelo de innovación verdaderamente sostenible y equitativo, estas corporaciones replican los monopolios del pasado, donde unos pocos controlaban los recursos vitales, ignorando las consecuencias para la sociedad en su conjunto.


La vieja modernidad


Estamos ante un punto de inflexión. Si las empresas tecnológicas como Tesla siguen guiándose por un espíritu de explotación y control, en lugar de alinearse con los principios humanitarios que deberían guiar el progreso, estamos obligados a replantear los principios mismos de la modernidad. Desde sus orígenes, la modernidad se ha basado en el individualismo y el progreso material, dos pilares que, aunque impulsaron grandes avances en ciencia y tecnología, nos han llevado a un callejón sin salida. La obsesión por el crecimiento económico ilimitado ha promovido la acumulación y explotación de recursos, ignorando los límites físicos de nuestro planeta y el equilibrio de los ecosistemas. Este enfoque mecanicista, que pretende dominar la naturaleza, se ha desmoronado al evidenciar su incompatibilidad con la sostenibilidad a largo plazo.

La modernidad, en su afán de controlar la naturaleza, se construyó sobre la idea de que el ser humano puede y debe dominar el mundo natural para satisfacer sus necesidades, lo que ha resultado en una devastación ecológica sin precedentes. La fe en el progreso lineal nos ha llevado a una concepción de la tecnología como herramienta de explotación, más que de colaboración con el entorno. Este mismo impulso nos ha desconectado de los valores fundamentales de solidaridad y bienestar colectivo, reemplazándolos con la creencia de que el individuo y el mercado deben primar sobre todo lo demás.

Al no cuestionar los principios de la economía de mercado y el capitalismo, la modernidad ha perpetuado desigualdades profundas, en las que los más vulnerables y el medio ambiente pagan el precio de las riquezas acumuladas por unos pocos. En lugar de un progreso compartido, lo que hemos presenciado es un progreso excluyente, donde el capital se concentra, y la tecnología refuerza estas disparidades bajo el disfraz de innovación.

Si de verdad queremos redefinir la modernidad, es necesario promover una relación más armónica con el entorno, y que la tecnología sea un instrumento para ese fin, no una herramienta de explotación. La racionalidad científica debe volver a su raíz ética, donde el conocimiento se use para el bienestar común y no para la maximización de beneficios corporativos. Es imperativo que recuperemos una visión del mundo que no se base en la explotación incesante, sino en la colaboración con la naturaleza y entre los seres humanos.

Quizás el nombre Tesla se esté utilizando como un señuelo para hacernos creer en un futuro mejor, pero bajo esa promesa, se esconden las mismas tácticas monopolísticas que Edison perfeccionó hace más de un siglo. Mientras la imagen futurista de la empresa pretende deslumbrar, la realidad es que los valores que defiende están más alineados con el pasado oscuro del capitalismo industrial. Porque al final, aunque Edison se vista de Tesla, un rebranding a Edison, Inc. sería más honesto.


...Edison queda


La economía no entiende de entropía, por lo tanto, no puede ser una ciencia natural. Al ignorar los límites físicos y energéticos que rigen nuestro mundo, seguimos caminando hacia un colapso inevitable, impulsados por un modelo que no considera las consecuencias irreversibles de la generación de entropía en los ecosistemas. Si no replanteamos la economía, seguirá siendo una construcción artificial desconectada de las leyes que realmente gobiernan el planeta.

Es fundamental que hagamos una pausa para revisar los principios que guían a nuestra sociedad, tanto en lo que respecta a la tecnología como a nuestra relación con la naturaleza. El futuro no debe estar marcado por la expansión descontrolada y la explotación, sino por la colaboración, el respeto por el entorno y el bienestar colectivo. Si no lo hacemos, el nombre Tesla seguirá siendo un escudo vacío de significado, ocultando prácticas que, en su esencia, deshonran el legado de uno de los más grandes visionarios de nuestra historia.


La pregunta, entonces, es: ¿Queremos un futuro guiado por los principios de Tesla, o por las tácticas de Edison? Porque, aunque Edison se vista de Tesla, Edison queda. Y mientras sigamos aferrados a un modelo que promueve la explotación y el desorden, el legado de Tesla será poco más que una fachada brillante que encubre la misma lógica de avaricia y control que ha devastado nuestro planeta. Parece entonces que Tesla, Inc. ya ha hecho su elección.


 

Serie: Fantasías algorítmicas.


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