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NEAs: Lo bueno, lo malo y lo susano


No, no se trata de esas neas. En Medellín, y por casualidad, las neas son una tribu urbana compuesta por individuos que han ido apareciendo en escena debido a la ruptura histórica del pacto social que ha condenado a generaciones a vivir en desigualdad, y los ha obligado a encarar lo maravilloso, lo peligroso y lo azaroso del día a día las calles de los barrios populares. Podríamos decir que son el equivalente a los flaites chilenos o a los llamados turros en Argentina (nea means flaite). Ellos, quienes prefieren lo kitsch a lo minimalista, a fuerza de voluntad tanto individual como colectiva han llegado, incluso, a definir la estética de la ciudad, dándole una personalidad. Ellos se debaten diariamente entre lo sublime y lo mundano, que a fin de cuentas, son la misma cosa, como veremos más adelante.



Las otras neas, a las que se refiere este texto, es a la familia de rocas espaciales que de forma análoga conjugan lo peligroso, lo azaroso y lo maravilloso, mientras vagan por el vecindario terrestre. Los Near Earth Asteroids, NEAs, (o Asteroides cercanos a la Tierra, en español) es el nombre que se les ha asignado a estos cuerpos. Tenemos noticia de su existencia desde 1898 cuando un observatorio alemán descubrió en la dirección del planeta Venus (Afrodita, la diosa de la belleza) a un extraño planeta en miniatura, Eros, quien luego resultó ser el primero de toda una toda una pandilla de cuerpos similares que fueron bautizados posteriormente como los asteroides Amor. Estos objetos, al parecer, se produjeron a partir de otra ruptura, la de un antiguo planeta enano que deambulaba por el vecindario, o de un fallido planeta que no llegó a formarse entre las órbitas de Marte y Júpiter.


Pero que sus nombre de tintes románticos no nos engañen, pues el amor y la fatalidad, o por lo menos el infortunio, son hermanos y frecuentemente siameses, tal y como lo hemos vivido y también oído a través de muchas parejas tristemente célebres de la literatura y el imaginario colectivo, entre ellos, Helena y París, Orfeo y Eurídice, Rose y Jack, Mariel y el capitán ...la ardilla y la nuez.


El Sistema Solar está compuesto de Sol y de escombros. Los trozos más grandes conforman los planetas gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), mientras que los más chicos representan los planetas telúricos (La Tierra, Venus, Marte y Mercurio). Sin embargo, también permanece todavía un polvillo, del cual hacen parte los cometas, los asteroides y los centauros -por solo mencionar algunos- a los que llamamos cuerpos menores. Curiosamente, a estos últimos casi nada interesante les ha sucedido desde que nuestra estrella se formó junto con ellos, y esto es, a su vez, realmente interesante.


Y como clasificar es parte de lo que nos hace humanos, hemos descubierto que la mayoría de los cuerpos menores se mueven en grandes pandillas, algunas tranquilas, otras letales, y también que algunos cuerpos a veces cambian de bando, o de rol, como los Centauros, que tienen comportamiento tanto de asteroide como de cometa, monumentales bolas de fango congelado cuya agua se sublima al acercarse al Sol, dejando una bellísima estela a su paso. Otros, en cambio, tienen satélites alrededor o exhiben majestuosos anillos que los circundan. Ellos, en términos urbanos serían como una rara mezcla de clases sociales, algo así como neas fresa, cuicos flaites o chetos turros. Se ve de todo.



También, de acuerdo con el tamaño y a la zona por donde deambulan los cuerpos menores, es decir, qué tan grande o qué tan ovalada (excéntrica) e inclinada sea su órbita, éstos se clasifican en diferentes combos: los objetos trasneptunianos (TNO), que habitan más allá de la órbita de Neptuno; los asteroides del cinturón principal, que ocupan el espacio inmenso entre las órbitas de Marte y Júpiter; y en otras colectividades más pequeñas como los ya mencionados centauros, los Apollo, los Amor, los Atón, los troyanos y los griegos, y muchísimos otros.

Entre todos ellos, nos interesa -y preocupa- el grupo de las NEAS, los más peligrosos, los que constantemente se aproximan y hasta interceptar la trayectoria de la Tierra. ¿Por qué? De ellos se desprende lo bueno, lo malo y lo susano:


Lo Bueno


Las NEAs, son objetos cuyas órbitas son muy próximas o similares a la de nuestro planeta. Existen al menos tres grandes grupos de ellos: Los Atón, que posee órbitas interiores a la de la Tierra, los Apolo que la cruzan y por último, los Amor, que pueblan el espacio comprendido entre la Tierra y Marte. De hecho, hay evidencia dinámica de que las dos lunas amorfas de Marte (dios de la guerra), Fobos (miedo) y Deimos (dolor) fueron en el pasado asteroides Amor que fueron capturados por el planeta rojo. Amor que se convierte en dolor y miedo, ¡vaya casualidad! También pertenecen a este grupo algunos cometas.


Aunque suene extraño, la historia del sistema solar está escrita en piedra, literalmente. Como previamente se había mencionado, a estas rocas espaciales muy poco o nada les ha sucedido desde el momento en que se formaron junto con el sistema solar. Esto es muy interesante porque de ser así, en su contenido mineral se encuentra codificada la historia del entorno, del cómo, y del cuándo se formaron junto con nuestro sistema planetario. Ellos pueden almacenar información clave que nos permite saber cómo y cuándo llegó el agua a la Tierra, y cuáles fueron esos bloques fundamentales con que se nutrió la química terrestre primigenia para generar moléculas complejas. La pangüita, por ejemplo, es un raro mineral que se forma y es estable a muy altas temperaturas, y solo ha sido hallado en el interior de meteoritos. De este hallazgo se infiere, por ejemplo, el origen caliente y violento del sistema solar. Los asteroides son el vehículo con que podemos viajar al pasado.


Pero no solo al pasado.


Los Neas pueden ser pensados también como rutas de transporte gratuito útiles llevar equipo (¿y tripulación?) a lugares distantes del Sistema Solar, e incluso, traerlos de regreso en viajes circulares. La idea, a grandes rasgos, es que la carga sea interceptada por alguna NEA y que se adhiera a ella hasta el lugar pensado como destino, o hasta el punto que pueda hacer transferencia a otro objeto, un cometa, por ejemplo, que lo lleve a los confines o incluso, más allá del reino solar. En el momento de escribir este texto no encontré información sobre empresas/misiones interesadas en este concepto, así que espero que apoyen este emprendimiento de rutas urbanas espaciales mediadas por NEAs. COONEATRA* podría llamarse.


Por otro lado, la exploración humana del espacio se requerirán, además de alimentos, otras dos cosas básicas: combustible y agua, y las NEAs pueden ser fuente de ambas. Existe un concepto técnico llamado arquitectura Apis (Asteroid-Provided In-Situ Supplies), que, como su nombre lo sugiere funciona como un panal de abejas: una nave autónoma explora el espacio buscando pequeños asteroides, así como las abejas lo hacen en el campo buscando flores. Una vez que un asteroide pequeño (~10 m.) es detectado la nave lo atrapa en una gran bolsa impermeable, y una segunda nave, portadora de grandes espejos redirecciona la luz solar para calentarlo y hacer que los volátiles que contenga el asteroide (como metano y agua), se evaporen y queden atrapados en dicho saco. El vapor obtenido podría ser usado como propulsión al ser comprimido, o como fuente de agua para abastecimiento de las futuristas colmenas humanas espaciales.


Los asteroides son ricos en recursos minerales y por ello podrían aportar la materia prima necesaria para la exploración espacial, e incluso para el desarrollo de la civilización humana en la Tierra.


De hecho, a pesar de ser el oro tan escaso, -y en parte, de allí se deriva su valor-, no es un mineral que escasee en el planeta. En su interior y muy cerca al núcleo, se encuentran atrapadas gigantescas cantidades de este mineral que fueron a parar allí debido a lentos procesos de diferenciación que ocurrieron cuando la Tierra aún era todavía un infernal océano de magma. En este proceso, los elementos más pesados (como el oro y el iridio) se mueven hacia el fondo y los más livianos, como el silicio y el carbono se mueven hacia la superficie. Se estima que es tal la cantidad de oro que reside en el interior terrestre que podríamos enchapar la superficie terrestre con una capa de unos de cuatro metros de espesor. ¿De dónde viene entonces el oro del bling bling de algunas neas célebres? ¡llovió del cielo! eso sí, en forma de poderosos impactos de asteroides que ocurrieron una vez que la Tierra se enfrió, se condensó y cesaron los procesos internos de diferenciación.


Este dato nos da una pista de la potencial riqueza que debe haber escondida en las NEAs, y nos tienta a preguntarnos cosas como, por ejemplo, ¿Cuánto vale un asteroide?

Si pudiéramos venderlos, y si alguien pudiera comprarlos, se estima que la ganancia que se obtendría al transar con su riqueza mineralógica de estos objetos representada en oro, platino, tungsteno, iridio etc., podría ser suficiente para repartir ¡cien mil millones de dólares a cada habitante de la Tierra!. Cifra para nada despreciable. Se calcula que uno solo de los asteroides metálicos podría contener tanto platino e iridio como el que se ha extraído y comerciado en toda la historia de la humanidad, y, por cierto el platino y el iridio son los minerales más caros y más escasos que conocemos.


La asterominería, es decir, la extracción de minerales de los asteroides, será una realidad en el mediano plazo. Muchas empresas están empezando a surgir al tener esta idea en mente, y seguramente se lanzarán al espacio movidos por la fiebre del oro de los asteroides en las siguientes décadas en busca de ganancias, de las cuales, por cierto, mientras el proyecto humano siga siendo el de explotar en lugar de cooperar con la naturaleza, el resto de los mortales no veremos ni centavito ni beneficio.

De todos modos, la asterominería no será una empresa fácil pues existen muchísimas limitaciones tecnológicas, legales y éticas que deberán ser sorteadas muy pronto. A propósito, existen conceptos de misiones que, para hacer más eficiente la explotación minera de las NEAs, planean capturar y arrastrar pequeños ejemplares de ellos e insertarlos en la órbita terrestre o de la Luna, a pesar de los riesgos que esto implique para la humanidad. Esto nos da pie para hablar de lo malo.


Lo malo


Aunque la superficie de la Tierra aparente ser tranquila respecto al clima espacial, más de 16 tonelada de roca espacial caen sobre su superficie cada año. Por fortuna se trata, en su mayoría, de fragmentos de pequeño tamaño, que, en lugar de generar desastres ofrecen espectáculos alucinantes para los afortunados espectadores. Ellos generan las famosas lluvias de estrellas o de meteoros. Pero ésto no siempre es así. Recordemos, por ejemplo, el bólido de Tunguska (1908) y posteriormente el de Chelyabinsk (2013), ambos ocurridos sobre el territorio Ruso, que son los más recientes recordatorios de que la rutina diaria puede ser violentamente interrumpida por eventos astronómicos.


En el evento de Tunguska, se ha calculado que una roca de unos 100 m. de tamaño que, dado que no dejó cráter de impacto ni se recuperaron muestras del objeto, estalló a unos 5 km de la superficie terrestre, y aunque se cuente con el testimonio de algunos testigos distantes entre sí, prevalece todavía el misterio de qué sucedió realmente en esa ocasión. Lo que sí se sabe es que produjo una gran explosión que liberó una energía equivalente a 185 bombas de Hiroshima concentrada en un pequeño espacio, y se sabe que millones de árboles y cientos renos murieron durante la explosión. Ah, y también seis campesinos, según algunas versiones de la historia.


Coincidencialmente, casi exactamente 100 años después, otro bólido, esta vez uno más pequeño, de 20 m, estalló cerca a la ciudad de Chelyabinsk en Rusia en 2013. En este impacto, la energía liberada fue de más de 30 veces la de la bomba de Hiroshima, pero quizás lo más importante es que cientos de cámaras de vigilancia y videos de aficionado fueron testigos, recopilando evidencia para compartir con el resto de la humanidad del desconcierto y de la destrucción que puede llover del cielo de forma imprevisible. Por fortuna, en esta ocasión no hubo muertes que lamentar, solo algunos daños menores en ventanas y estructuras.


Casos como estos, en que cuerpos de algunas decenas de metros golpean la tierra, suceden con relativa baja frecuencia. Estimativos estadísticos sugieren que suceden una vez cada medio siglo. Sin embargo, según recientes estimaciones mencionadas en el libro “Next Impact” del profesor Ignacio Ferrín, experto en cuerpos menores, predice que es estadísticamente probable que un evento similar al de Tunguska y Chelyabinsk suceda en los siguientes 13 años, si es que sus impactores tuvieron un origen común, estando emparentados con el cometa Enkel. ¿Estaremos preparados para en momento en que algo así suceda de nuevo?


De todos modos, los actuales son tiempos relativamente apacibles para vivir en la Tierra, en cuanto a catástrofes astronómicas se refiere, pero esto no siempre fue así. A pesar de que la evidencia en términos de cráteres de impacto sobre el planeta sea más o menos escasa, es la superficie de la Luna, donde se pueden ver gigantescas marcas de impactos y extensas llanuras de material recientemente fundido, la que nos enseña que el planeta asistió a tiempos mucho más agitados y violentos que los actuales. A diferencia de su satélite, nuestro planeta posee sistemas y mecanismos bastante complejos que le permiten ocultar lenta, pero gradualmente las cicatrices superficiales dejadas por impactos. Estos mecanismos son activados por la atmósfera terrestre (la meteorización de las rocas producto de las lluvias y las escorrentías), los mares, la geología y la vida misma.


Sin embargo, hay que tener presente que un impacto de un objeto de algunos kilómetros de tamaño puede traer interesantes consecuencias para la vida. Hace 65 millones de años, una roca espacial del tamaño de una ciudad mediana se precipitó hacia la Tierra, golpeándola justo sobre una zona que albergaba grandes depósitos subterráneos de azufre, un golpe certero, sin duda, que permitió que un pequeño grupo de tímidos roedores salieran de sus madrigueras y se aventuraran a la conquista de la Tierra, y algún tiempo después también del espacio.

Naturalmente, para que tal empresa fuera posible también tuvieron que perecer el 75% de los géneros biológicos que por entonces dominaban el entorno, entre ellos, la mayoría de los reptiles acuáticos y voladores (como pterosaurios, plesiosaurios, plesiosaurios, ictiosaurios y amonitas), Y también la mayoría de los dinosaurios, quienes para entonces ya habían desarrollados cerebros con capacidades equiparables a los de nuestras mascotas, los perros, y que, con seguridad deambulaban por ahí, meneando la cola, minutos antes del impacto definitivo.


Estas extinciones masivas suceden cada tanto en la tierra, un par por eón, probablemente (1 eón = 1000 millones de años). A veces la desgracia viene del cielo, otras del subsuelo, otras las producen los mismos organismos vivos. ¿De dónde vendrá la siguiente? Los plazos se cuemplen, y el infortunio y la desgracia son increíblemente creativos. ¿Qué hacer? Llegamos por fin a lo susano.


Lo susano


Según el Kojiki, o el libro de las cosas viejas del sintoísmo japonés, una tarde de primavera rebosante de cerezos en flor, Susanoo (Susanwoo), dios de los mares y las tormentas, un dios, a veces brutal, otras considerado, pero siempre impredecible, discutía con su hermana Amaterasu, la diosa del Sol, sobre quién tenía mayor poder creador. En un momento de enojo, quizás por impotencia, Susanoo destroza la creación de su hermana, descuartiza el caballo celestial, y arroja sus partes contra el telar sagrado donde se tejen los destinos. Enojada y confundida, Amaterasu se encierra en una cueva cerrándola con una piedra, llevándose la luz y creando la oscuridad del cielo nocturno.


Y a pesar de que la intención de establecer un parangón entre el carácter de Susanoo y los asteroides cercanos a la tierra por su naturaleza generosa, brutal e impredecible parece tentadora, deberíamos evitarla. Resulta que ellos, al igual que el universo todo, peores que buenos y mucho peores que malos, son simplemente indiferentes. “sin tí, todo correrá sin tí”, con humanos o sin ellos el universo seguirá lentamente su degradante condena a la entropía que lo conducirá a volver imposible lo posible en la más profunda y eterna oscuridad.


Pero también para los japoneses, Sakura (桜 o サクラ) -la flor de cerezo- es una metáfora de la existencia humana: un breve y brillante instante de florecimiento, seguido por la inevitable caída: una lluvia blanca movida por el viento, que embellece y nutre. Está bien, aceptamos que la vida, e incluso la existencia de la humanidad y del planeta es algo que transcurre entre la nada y la nada, y que por tal carece totalmente de algún propósito, pero ¿Podría estar en manos humanas el prolongar esa primavera, o por lo menos, hacer que valga la pena?


Además, por otro lado, lo susano, que no es más que un arcaísmo del castellano y que se refiere a lo más alto, a lo que está más arriba, como el cielo, ha sido también para el hombre una oportunidad de proyectar lo más profundo de su interior.


Desde hace mucho tiempo, desde cuando recién inventábamos las palabras, tribus de changos primitivos que usaban herramientas y que se reunían a la hoguera luego de un día de huirle a la muerte, experimentaron una fuerte conexión con el cielo nocturno, en el cual escribían sus hazañas diurnas (hoguera, palabra de la que proviene hogar, y esto se lo escuché a un rapero). Esa conexión que, por fortuna aún perdura en todas las tribus urbanas y humanas es clave para prepararnos para lo susano, para la indiferentemente cruel aniquilación venida desde el cielo. ¿Cómo?


Increíblemente todos podemos aportar con algo. El esfuerzo humano por su supervivencia de su especie y de las demás especies depende del esfuerzo colectivo. Hay algunas iniciativas solitarias como la que emprendimos en 2018 con Jorge Zuluaga, en la Universidad de Antioquia, en la que usábamos técnicas de reconstrucción y renderizado de imágenes digitales basadas en el trazado de rayos de luz y conocidas como “Ray tracing” (técnica usualmente empleada para la realizaciń de películas animadas como la Era del Hielo), para simular los “rayos” trazados por la gravedad que podrían conducir a una NEA a un lugar en particular sobre la superficie de la tierra, en algún momento preciso de tiempo. Esta herramienta es un intento inicial para tratar de predecir la probabilidad relativa de un impacto.


Pero hay otras iniciativas más globales como la Fundación B612, que por evidentemente, adoptó el nombre del asteroide en que habitaba solitario, y luego con la flor el principito de la novela de Antoine de Saint-Exupery. Esta fundación se dedica a crear estrategias de tomas de decisiones y de defensa para posibles situaciones que involucren impactos de NEAS. A nivel gubernamental se están creando redes globales de telescopios como el Observatorio Vera Rubin (Antiguo LSST), en Chile, que se conectará con otros observatorios remoto para monitorear el estado de los cielos de todo el planeta en tiempo real en búsqueda de amenazas.


Pero el real poder lo tiene el ciudadano, y de dos maneras: existen programas de ciencia ciudadana lideradas por estos observatorios en los que las personas pueden, después de un corto entrenamiento, contribuir con la tarea de detección y clasificación de objetos potencialmente peligrosos, como lo veremos en el taller adjunto a esta charla. Pero ese poder lo tiene también, aquel individuo cosmopolita (es decir, el ciudadano del cosmos), aquel que, a pesar de pensarse futuros viajeros de las estrellas en su infancia, solo han lograron a viajeros urbanos un un mundo de rutina confinados en oficinas del tamaño de pequeñas cápsulas espaciales, pero quienes, por fortuna, todavía sueñan con lo susano, es decir, con el cielo estrellado y los alcanzan por medio del arte y la literatura.


Ellos, es decir, nosotros, dotados de esa perspectiva de fragilidad humana ante lo (casi)impredecible, podemos usar nuestro sencillo voto para apoyar programas de gobierno basados en ciencia que propicien que los recursos se dirijan hacia programas de exploración y de conservación de la vida en la Tierra, y evitando que ellos se dirijan hacia programas que basados en prejuicios y doctrinas erradas nos conduzcan a su destrucción por acción o por omisión, mediante políticas patrioteristas y bélicas motivadas por estrategias de dominio de la naturaleza.


Hace algunos miles de millones de años los impactos de asteroides enriquecieron la química de la superficie terrestre haciendo posible esta aventura evolutiva llamada proyecto humano. El mismo que, curiosamente, podría acabar en cataclismos similares.

Las Neas y los NEAs personifican lo bueno, lo malo y lo Susano. Las primeras han empezado a transformar las grandes urbes y a ganar un lugar protagónico en ella a partir de reconocerse, reconocer la realidad y transformarla. De cómo nosotros, como la gran urbe global que ahora somos, nos reconozcamos, interpretemos y transformemos la realidad a partir del reconocimiento de lo fortuito y maravilloso de Los NEAs definirá cuánto dure esta primavera terrestre.

Enlace a la presentación: https://bit.ly/NEAS_AsteroidDay

 

*COONATRA era el nombre de la ruta de buses que me llevaba a la Universidad, en Medellín. Todos Neas.

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